- El escritor y periodista Pablo Bujalance, autor de “Los Relojes del Río”, habla del tiempo
Once menos veinte de la mañana, un día soleado en su justa medida. En la sombra un frío que
pela y al sol el calor se hace inaguantable. El bullicio habitual de la ciudad hacía rato que había
comenzado. No lejos de ese ruido tan característico y en ocasiones entrañable se haya el
estudio de Pablo Bujalance, un escritor y periodista malagueño criado en el barrio de
Carranque. El barrio que define como el sitio de sus juegos, donde la vida se daba en marcos
muy concretos e inmediatos. Donde salir de ese marco era como hacer un viaje, el simple
hecho de ir al centro, a otro barrio o ir los domingos a dar un paseo era como viajar a un sitio
remoto. Pero a pesar de todo ese barrio y de esa Málaga sucia y gris, como él mismo
inmortaliza, es el lugar de su niñez y donde proyectó su futuro.
Pese a ser una ciudad con sus problemas particulares y que necesitaba una metamorfosis como
la que ha tenido en los últimos años, siempre ha estado agradecido a esa Málaga de su infancia
pues le permitió ser lo que él quería ser. Desde siempre, Pablo Bujalance, ha hecho de la lectura
un hábito esencial y que siempre ha estado ahí desde que tiene uso de razón. Participando en
la vida cultural malagueña y de otras ciudades, se dio cuenta de que el ámbito de la
comunicación que más se ajusta a su perfil es el de la cultura. Pues ese es su “código natural”
como diría él. Aunque a veces le gusta probar el hecho de escribir sobre asuntos diferentes para
salir de su zona de confort, que en su caso es la cultura.
A comienzos de los años 90, el Pablo Bujalance de 15 años ya empezaba a participar en la vida
cultural pues era una época donde había surgido, de forma incipiente y con ciertos valores
marcados por la ingenuidad, una actividad cultural dónde se hacían cosas muy intrépidas que
con un enfoque más público y con muy poco presupuesto, se daba muchas veces desde el
empeño más espontáneo. Pero era una vida cultural que para él tenía mucho valor.
No fue hasta los 2000 cuando se inauguró el Centro de Arte Contemporáneo y este ha sido un
poco quien le ha abierto la puerta a los museos. Málaga se ha convertido en una marca de
esplendor cultural pero que no le termina de convencer, pues aunque este esplendor ha traído
muchas cosas muy buenas, también ha terminado con muchas otras. Lo que Bujalance extraña
es esa cercanía en la actividad cultural, una que no esté tan influenciada por el turismo. Pues
ese escaparate falto de participación real, que aunque le parece que ha mejorado mucho la vida
cultural de aquella Málaga de los 90, le falta esa esencia cultural en el espacio público.
La luz del gigante ventanal que recorre la parte frontal de su despacho, ilumina la sala. Las
puertas correderas del pasillo conducen hasta una habitación acogedora con una gran mesa de
madera tirando a oscura en el centro del salón. La decoración minimalista, hace que la sala
parezca más grande de lo que, en realidad, puede llegar a ser.
Con su jersey tricolor (amarillo, granate y azul) se sentaba, sereno y sin prisas aparentes, en una
de las sillas que rodeaban esa gran mesa, de espaldas al ventanal, para hablar del significado
que el tiempo le suscita. Es una persona que mira a los ojos, y que de buenas a primeras puede
llegar a parecer intimidante y escrutador si no hay una conversación de por medio. La profunda
voz que salía de su mascarilla negra, que tímidamente tapaba los pelos de su barba, mostraba
todo lo contrario. Un hombre afable y cuyas carcajadas repentinas resonaban por todo el
despacho.
La filosofía que Pablo Bujalance lleva escrita de manera intrínseca en su personalidad, se inspira
en Jorge Manrique a la hora de definir el tiempo, donde para él cada vida es un río. Y esa
metáfora le parece de las más afortunadas como forma de medida. Donde todo fluye y en ese
sentido tendemos a establecer límites claros entre “los que tenemos esa impresión de que el
tiempo que compartimos ahora es el nuestro, porque estamos aquí, porque ya hemos muerto y
porque ya hemos nacido”.
Es un hombre de mediana edad, de unos 45 años, no muy alto y que por lo general podría pasar
desapercibido perfectamente. Lo que le distingue es su manera de pensar. Para él la materia no
existe, lo que existe son las relaciones. Pues para Bujalance todo está relacionado con todo, cada
elemento está relacionado con cualquier otro elemento de la realidad. Y lo que uno puede
considerar como su realidad, su día a día cotidiano, es lo que impide obtener una experiencia
real de la realidad.
Es por eso que la lectura le interesa tanto, pues algo tan rudimentario como es un libro permite
salir del tiempo de uno y vivir el tiempo de otro, de un autor que decidió en un momento dado
que era una buena idea escribir ese libro y poner mucho de sí mismo en él. Y también el hecho
de vivir el tiempo de los personajes.
– “La lectura te pone la perspectiva del tiempo de otro, y eso es maravilloso, eso es lo que te
enriquece, eso es lo que hace que tu mundo sea mucho más rico. Pues eres consciente de que
en ese río hay más gente. Y te permite ver como otros ven el río que nos conduce”.
La pasión que siente por Shakespeare se refleja en uno de los poemas que componen su libro y
que a la vez utiliza para explicar lo que ataña al tiempo. Usa el personaje de Hamlet como
aquella persona que ha perdido la posibilidad de medir el tiempo, “de sentirse parte del río”.
Pues el problema de este personaje es que al recibir una misión por parte de su padre muerto,
es decir, por parte de un tiempo que no es el suyo, él pierde su reloj. En otras palabras, pierde
su propio tiempo, incluso pierde la noción de su propia existencia y de su paso por el mundo.
Entiende que Hamlet es un personaje que vive por la noción del tiempo de su padre y no del
suyo.
Pablo Bujalance es un hombre que trata de no vivir de espalda a los retos que de manera
común nos incumben y nos atañen. Sus objetivos tienden a establecer una relación armónica
con el medio. Y esto tiene que ver tanto con sus relaciones personales, como con el hecho de
hacer en cada momento una versión del mundo más aceptable. Su escritura intenta ser eso y
quizás, como compromiso vital, intenta hacer lo mismo.
–Hay un capítulo en el que hace referencia a que hay verdugos que se convierten en víctimas,
esto lo podemos aplicar a la actualidad. ¿Qué verdugos hay hoy en día que han tomado
nombres de víctimas?
Esta pregunta la relaciona con Hamlet y la relación de verdugos y víctimas que se pueden
observar en esa obra teatral. Concibe que si cada uno de nosotros está relacionado con todos,
también estaremos relacionados con lo que moralmente nos resulta reprochable. Donde
siempre habrá aspectos o elementos, colectivos u organizaciones, personas… Con las que uno
no quiere tener nada que ver, algo tan sencillo como el hecho de estar compartiendo la vida,
tiempo, espacio… Con elementos que nos interrogan o incluso que nos asquean. Y tiene que
ver con no romper las páginas que no nos gustan, es decir, no rechazar las experiencias que no
nos resultan agradables.
Las doce en punto del mediodía, desde el despacho se puede vislumbrar como el Santuario de
la Victoria comienza a cobrar vida a golpe de campana, creando un ambiente sonoro algo cómico
e inoportuno que perdura por unos minutos que se hicieron eternos. Y cuando parecía que
volvíamos al silencio, a ese ruido ambiental de la ciudad, tranquilo pero bullicioso, un sonido
español muy característico comienza a sonar de fondo, aproximándose tímidamente.
“¡El tapicero señora! ¡Tapizamos sofás…!”
– La posibilidad de que existan verdugos que se hagan pasar por víctimas es una constante en
la historia. Podemos delimitar cuál es el lado correcto de la historia y este es el que tiene que
ver con las víctimas y es el que tiene que ver con la reparación del daño causado. Esto ha
quedado constatado en el último siglo. ¿Qué sucede entonces? Los que han sido verdugos han
comprendido esta mecánica y entienden que para que la versión de la historia que prevalezca
sea la suya lo que corresponde es adjudicarse el papel de víctima.
En el caso del nacionalismo radical vasco hemos tenido una situación concreta, verificable y
demostrable de abusos y asesinatos de una actividad criminal por parte de una organización.
Cada vez hay más discursos a favor de una idea de convivencia y pacificación que no se
corresponden en absoluto con esa realidad. Con perturbación e incertidumbre que trajo la
crisis económica, los totalitarismos han adquirido una nostalgia que hacen referencia a que
hay una nueva oportunidad. Y que, poco a poco, adquieren un roll de víctimas, de
desplazados… Este tipo de retóricas tiene éxito todavía. Confío en que la sociedad sea capaz de
responder y de poner todo en su sitio.
España se ha llevado mal o ha tenido problemas a la hora de contar su propia historia. Hay una
paradoja con el hecho de que los mejores hispanistas sean británicos, es extraño. Además que
sean británicos en un aspecto ideológico muy amplio, algunos muy conservadores, otros muy
progresistas… Pero son británicos –.
Inclinado un poco hacia delante, con los codos apoyados sobre la mesa y con las manos juntas
en posición pensativa concluye esta pregunta con la reflexión de que sin una buena educación
no se puede crear una sociedad madura y capaz de construir una historia que gire en el sentido
correcto. Achaca la culpa a la reducción de asignaturas tan vitales e imprescindibles en los
planes de estudios como son la filosofía, el latín o el griego. Para Bujalance las humanidades
son las únicas capaces de crear ciudadanos críticos, lo que le indigna es ese orden tecnócrata
dirigido por empleados “cada vez peor pagados”, tan especializados que solo tienen una visión
parcial de la vida.
– “El problema– añade mientras se recuesta en la silla– es que si la sociedad no se encarga de
esto, se van a encargar otros. Y eso es lo que hay que evitar”.
Un hombre que siempre ha sido un gran defensor de la libertad de expresión, lo que le ha
llevado a enfrentarse a presiones de distintos ámbitos y que hoy en día, con las nuevas
tecnologías, han ido en aumento. Pero siempre ha estado respaldado por su periódico, lo que
le hace sentir sumamente afortunado.
En su optimismo y fortaleza, subyacen todos sus fracasos que en lugar de ahogarse en ellos, de
coger la página que los recoge y lanzarla al pozo del olvido, lo que hace es guardar esa hoja en
una libreta, dejándolos ahí. Invisibles pero constatables, pues siempre habrá una respuesta. Le
gusta aprender de ellos. Pues para él no hay nadie que lo exprese mejor que Paul McCartney de
los Beatles con Let it be. Concibiendo el fracaso con la perspectiva de que puede ser una
oportunidad en un momento concreto donde uno puede sobreponerse. Ponerse en marcha y
resolverlo. Según Bujalance el tiempo es lo único que hace que ese fracaso pueda tener algo de
sentido, pues es el tiempo el único que irá permitiendo conocer bien los fracasos que son tan
necesarios para remontar.
El tiempo lo pone todo en su sitio, con este lema daba por finalizada la entrevista. Desde el
ventanal se podía ver como una bandada de pájaros revoloteaba sobre el Santuario, un vuelo
que más bien parecía un baile al compás del tapicero que seguía dando vueltas por el barrio. No
vaya a ser que un vecino despistado se hubiese olvidado bajar a preguntar el precio por arreglar
ese sofá de los años ochenta de color verdoso y estampado floral.